La preciosa plaza de toros de Aranjuez ha sido testigo de innumerables acontecimientos y hasta de triunfos históricos de muchas grandes figuras del toreo. Al olor de ello, cada año vienen muchísimos aficionados, sobre todo de la capital, no sólo para librarse por un día del tormento venteño, sino jugando a que les toque el gordo de la lotería taurina. Aunque este año no llegaron suficientes para agotar el papel, casi había lleno. Menos mal. Mereció la pena. Los tres espadas alcanzaron su mayor nivel.

José María Manzanares mimó al blando tercero en su suave recibo con el capote. Al contrario el animal, que empujó temperamentalmente al caballo. Reacciones extrañas las del toro de lidia. El concertado espectáculo que suelen dar los peones de Manzanares, especialmente Curro Javier con el capote y Juan José Trujillo con las banderillas, fue el prólogo de la faena que Manzanares brindó a Andrés Vázquez. Y eso que ahora dicen algunos que no está en su mejor momento. Pese a lo que el toro blandeó el temple y las majestuosas maneras de Manzanares obraron lo que en sus manos parece fácil y a la vez lo más difícil del toreo, hacerlo con perfección técnica y decirlo con dulzura imperial. Si, ya sé que algunos lo toman a chacota cuando lo escribo. Pero es igual y lo repito con mayúsculas: DULZURA IMPERIAL. Y en esta faena superiormente al natural. En su empeño a recibir, agarró una corta perpendicular que necesitó del descabello. Lo de menos fue la oreja que cortó.
Era muy difícil superar lo visto y más superarse a sí mismo. Manzanares lo consiguió con capote y muleta en el sexto toro gracias a la magistral lidia que le dieron, tanto él como su cuadrilla. La faena fue un ir a más y a mejor pese a durar una eternidad, fiel a los parámetros técnicos y artísticos que presidieron su obra anterior. La muerte del toro en los medios tras amagar cuatro intentos de recibir y consumarlo al sexto envite, fue el desiderátum. Tal como iba la tarde, Manzanares cortó el rabo. Y los tres matadores salieron a hombros en loor de multitudes.
Crónica por José Antonio del Moral.