José María Manzanares abrió con contundencia la puerta grande de la plaza de toros de Santander tras un faenón lleno de arte y calidad y un espadazo en la suerte de recibir, en una tarde en la que dio la alternativa al joven Alejandro Marcos.

Fue al cuarto toro. Lo lidió con gusto, torería y temple. El animal de García Jiménez tomaba la muleta de Manzanares por abajo cuando el diestro lo toreó con la derecha. Sonaba la música mientras administraba los tiempos con eficacia. El torero advirtió que por el lado izquierdo al animal le costaba más empujar. Y lo ayudó él, le puso la tela con franqueza. Surgió el toreo natural más puro que fue rematado con larguísimos pases de pecho. Vuelta a la derecha. Series de cuatro y cinco muletazos. Todos enroscados. A más. Y qué mano izquierda, qué profunda, qué sentida, qué torera… El toro acabó rajado ante las manos de seda del torero. Espadazo recibiendo y dos orejas. Otra puerta grande.

Con su primer toro no tuvo opciones. Toda la gracia la puso el matador. Elegante y encajado el inicio muletero. Sabor añejo antes de salir a lo medios. El animal humillaba pero cambiaba de marcha y se paraba en el embroque, desluciendo el muletazo. Manzanares se lo pidió todo por abajo con la derecha. Al natural, sacó aún más ese defecto. El diestro tiró de él e intentó taparlo a base de oficio, y tragando con el peligro que generaba el animal a la altura de los tobillos. Firmeza y poso. Definitivamente echó el freno conforme avanzaba la lidia. Belleza y empaque, todo lo puso el torero, que dejó una estocada entera en segunda instancia. Fulminante. Gran ovación.