Hubo que esperar al final para presenciar lo más rotundo de una tarde donde Manzanares volteó la voluntad de una parroquia que estaba a la contra, pues la salida al ruedo de algún que otro toro terciado había enfadado al personal, que mostró con protestas su disconformidad durante varias el festejo. El alicantino bordó el toreo con su oponente, manso en los primeros tercios y violento en la muleta del alicantino, que ejerció de látigo.

Manzanares sorteó por delante un toro muy deslucido en los primeros tercios, esencialmente por su conformación. Lo dosificó el castigo el torero y luego se autoconvenció de sacarle partido y consiguió dejándole la muleta en la cara y provocándole con la voz muletazos que el toro no parecía tener. Hubo muletazos de gran calidad por ambos pitones pero cuando el toro se vio podido se fugó a los tableros.
Al cuarto lo saludó con expresión con el capote, moviendo bien la tela. Inició faena por estatuarios ayudando al toro, para después esculpir trincherillas y un cambio de mano grande. El toro colocaba la cara y cogía con clase los engaños pero estaba justo de fuerza. Hubo más estética que apreturas en el trasteo, para ayudar al toro, pues cuando quiso apretarlo quedó el astado sin recorrido.
La faena de la tarde la firmó Manzanares en el sexto. Hubo toreo con expresión, cadencia y raza. Suelto, sin fijeza, queriéndose ir a tablas, el toro fue pronto y acometió con un punto de violencia, pero transmitió.Manzanares lo sujetó, lo llevó tapado para impedir que se fuese a tablas, y lo toreó con mando y fibra, emoción que aumentó por la acometida del toro, pues tuvo violencia y genio. Faena importante del alicantino, sobre todo por la raza que sacó de dentro -esa que algunos dicen que no tiene- para imponerse con capacidad y buen toreo a un animal tan indómito.
Emilio Trigo