A continuación os dejamos los extractos de las crónicas sobre la segunda actuación de José María Manzanares en el ciclo isidril.

 

JAVIER HERNÁNDEZ.- BURLADERO

La gracia de Dios se apareció en el toreo al natural de Manzanares al burraquito (el diminutivo es por algo) quinto. La muleta rastrera, la mano muerta, la figura compuesta sin crispaciones, la pierna retrasada que guarda para trazar más largo, la misma pierna retrasada donde llegó la voltereta del otro día. Esa gracia de Dios que se convierte en ritmo del toreo a compás. Aquel cambio de mano que todavía acaba en la retina, que duraba incluso cuando la faena y el toro se afogonaban en lo fundamental.
La rima y el enlace, la magia del toreo que cantan los cantares, el quitapenas preciso que todos ansiaban. Jergoso puso lo suyo; otro Jergoso, como aquel que hace siete días que se le fue a Juan Bautista. Puso la entrega y la fijeza, su corta alma para jugar. ¡Ay, si llega a tener más alma! ¡Ay, si el juego llega a duras más!
Tal vez no sea la gracia de Dios quien meta la espada de esa forma, cual obús, sino el entrenamiento, la cabeza y la bragueta.
PATRICIA NAVARRO.- LA RAZÓN
Manzanares se lució en el quinto, el toro de Juan Pedro que tuvo condiciones y un torero con temple y gusto. Dejó naturales, sobre todo una tanda, de cante grande, qué manera de torear más bonita. No fue una faena rotunda, pero tuvo momentos muy buenos y una estocada, punto caída, pero tirándose de verdad. Madrid está de su parte y el trofeo no se discutió.  Se desquitó de la labor ante su segundo, escurrido de carnes, como los tres primeros toros, sobre todo, con el que pasó la cosa anodina.
ANDRÉs AMORÓS Y MARIO VARGAS LLOSA.- ABC
Manzanares enlaza templados muletazos con la derecha. «¡Qué precioso el cambio de mano!» El toro protesta más por la izquierda, derrota alto, pero acaba consiguiendo una serie de naturales impecables, que ponen de pie al público: «¡Precioso! Se cimbrea como una palmera. Tiene clase, elegancia…» Y la gran estocada pone en sus manos la oreja, sin ninguna discrepancia.
ANTONIO LORCA.- EL PAIS
Por un momento, eran ya casi las nueve de la noche, los dos señores que custodian el acceso a la puerta grande de Madrid hicieron sonar levemente el cerrojo. Por un instante, la plaza entera se contagió de un aroma especial; un olor profundo a toreo grande se extendió por los tendidos. Los vellos, a flor de piel. Estos ojos, los de todos, acababan de presenciar un cambio de manos que pareció eterno, hermosísimo, de una intensidad arrolladora. Y, a continuación, un pase de pecho que supo a la misma gloria, henchido de maestría, de ritmo, de gusto…
Estaba toreando José María Manzanares a un torete de fina estampa, nobilísimo y de casta suficiente para perseguir la sedosa muleta.
Y queda lo mejor… La plaza, ensimismada. El toro descansa. El torero se deja querer, se pasea como en trance, sin prisa… Cita con la izquierda y toro y torero se funden mágicamente en una tanda perfecta de tres naturales que fueron un puro sueño, la esencia misma del toreo grande, tomando la embestida de largo, embarcándola en la panza del engaño, tirando de ella con suavidad, alargando hasta donde la articulación del brazo permite, dibujando mientras tanto un semicírculo, y cuando el toro se vuelve se encuentra de nuevo con la muleta para iniciar un pase de pecho clamoroso, de pitón a rabo. Ahí fue donde sonó el cerrojo de la puerta grande.
Pero no se abrió porque el torero alargó innecesariamente la faena, porque la estocada cayó baja, y porque aquel sueño no fue redondo. Pero todavía persiste el olor. ¿A qué sí?
JORGE VILLAR.- INFORMACIÓN
Manzanares desplegó toda su torería y personalidad en el quinto. La lidia de Curro Javier, ejemplar, y los buenos pares con saludos al respetable de Trujillo y Blázquez fueron el complemento a una tauromaquia, la del alicantino, que llena el escenario con su empaque y sello particularísimo. Un cambio de mano después de una tanda por el pitón derecho levantó a un público que le esperaba. Y luego dos tandas de naturales rotundos, largos, mecidos. Importante trasteo, que desde ahí se vino a menos igual que el astado. Una estocada algo ladeada y otra oreja al esportón del torero en mejor momento del escalafón.
JOSÉ LUIS BENLLOCH.- LAS PROVINCIAS
Y lo que no voy a olvidar son las maneras de torear por verónicas a pies juntos de Manzanares al quinto: reunido con el toro, los brazos sueltos, las zapatillas asentadas, el mentón hundido en el pecho. levantó clamores. A ese mismo juanpedro le hizo el toreo con serenidad y torería, con clarividencia. Con la derecha hubo ligazón y largura, lo necesario para acallar a los radicales, con la izquierda alcanzó la perfección en dos series. El medio pecho, las zapatillas asentadas, la muleta arrastrada y el remate en lo más hondo del alma. En ese punto debió rematar la faena pero le falló la medida seguramente buscando la segunda oreja y se le vino abajo el toro.
MUNDOTORO.
Fue mejor el quinto. Mejor en todo y por eso los lances y luego los delantales tuvieron eco bueno. Bravo en varas, se gastó mucho en un puyazo, dentro de una lidia impecable de su cuadrilla, inmejorable en el trato al toro. Dos tandas con la derecha fueron marca de la casa, pero el cambio de mano, largo, lentísimo, perfecto, cambió el orden las cosas para surgir, cara y cruz, la otra cara, la del toreo al natural, el que es imposible hacer, el de lento trazo, enganche mecido, figura erguida, expresión honda. Una tanda, luego otra de menor trazo. Por un cambio de mano y esa tanda y una estocada le dieron una oreja.  Madrid premió generosamente esa calidad, luego  de haber vivido la mayoría media corrida en el horror del tedio, de la protesta de bronca. Cara y cruz o cara y cara. Quizá oreja no muy cara.