La ausencia de Cayetano, convaleciente de la cogida sufrida el pasado miércoles en la plaza de Palencia, no restó el interés de los aficionados por la tradicional Corrida Goyesca, que llegaba a su LII edición en la Real Maestranza de Caballería rondeña. No es necesario decir que el lleno en los tendidos fue completo, con abundancia de rostros conocidos de la vida política y social.
De los ocho toros inicialmente anunciados, finalmente se redujeron a los seis que estoquearon Francisco Rivera Ordóñez (otra vez en la doble faceta de diestro y empresario), junto a dos de los toreros jóvenes más atrayentes del escalafón como son José María Manzanares y Miguel Ángel Perera, que no fallaron a la expectación que despiertan entre la afición.
Menos suerte tuvo el organizador, que se fue de vacío tras pasaportar a dos reses de Domingo Hernández sin opciones. Por cierto, que en el aspecto ganadero se apreció en esta ocasión una interesante mejora de presentación, por encima incluso de la ofrecida por esta misma ganadería en la reciente Feria de Málaga. Pero una cosa es el exterior y otra el contenido, y al mayor de los hermanos Rivera le correspondió en primer lugar un toro que pareció inutilizarse durante la lidia, quedando en un inválido total. Con esas, fue imposible ligar dos pases seguidos, por lo que el esfuerzo y la predisposición del matador, que incluso pareó y planteó una faena basada en el pitón izquierdo, no tuvo su fruto.
El problema de su segundo fue que se trataba de un animal manso. Puro y duro. No obstante, hay que atribuirle el mérito que le corresponde a banderillear a un toro de estas características. Como es propio de esta condición, apretó a favor de tablas, y el diestro aguantó a la perfección sus oleadas; debiendo hacer todo él. Luego, con la muleta, planteó bien la faena, iniciando el trasteo por bajo. Sin embargo, tampoco hubo posibilidades, sólo algunos adornos sueltos en los que Rivera dejó claro quien había fallado.
Tras el triunfo de sus compañeros, solicitó estoquear al sobrero, que resultó ser todo un ´regalito´. Manso, lo dejó crudito en el caballo y llegó a la franela con peligro. Decidido en todo momento, estuvo firme y aguantó estoico los cabeceos del astado; tirando de casta torera al exponer que se lo echara a los lomos. También se tiró con decisión a matar, paseando una oreja.
Elegancia. La elegancia de Manzanares tampoco la vamos a descubrir a estas alturas, pero en tardes como la de ayer y en marcos como esta plaza resalta aún más. Así, cosechó una tarde importante, premiada con un total de tres orejas. La primera de ellas llegó en el segundo de la lidia ordinaria, al que ya dejó una gran media verónica con el capote. Después, con la muleta, inició el trasteo con sumo gusto a media altura, para alcanzar pronto su cénit con una soberbia tanda en redondo, rematada con un gran cambio de manos y un excepcional pase de pecho. El animal embestía con boyantía por el pitón derecho, aunque la labor se vino abajo al tomar la franela con la zurda. Por allí las cosas cambiaban mucho, y aunque luego intentó reavivar el vuelo con la diestra, no fue posible alcanzar el nivel inicial.
Pero lo mejor estaba por llegar. Fue en el quinto, un animal al que sacó pronto a los medios para instrumentarle unas tandas de probaturas iniciales.
Una vez teniendo las cosas claras, el alicantino dejó claro que lo que se avecinaba era importante con dos muletazos en redondo y uno de pecho de autentico cartel. Fue el comienzo de una labor de las que crean afición, con la plaza entregada a sus naturales de gran plasticidad y empaque. Siempre por encima del de Hernández, sólo le faltó matar a la primera. No obstante, paseó triunfante las dos orejas, justas; no así como la vuelta al ruedo con la que el presidente premió a un animal que no hizo méritos para ello.
Quietud. El otro gran triunfador de esta goyesca fue el extremeño Miguel Ángel Perera, que se aseguró a Puerta Grande a las primeras de cambio. Fue en su primero, el único de Garcigrande que saltó al albero maestrante, y con el que dejó patente el momento de gracia por el que atraviesa. Muestra de ello fueron los cuatro estatuarios y el remate por bajo inicial. Allí dejó claro que su toreo es quietud y fue ratificado después con un burel muy deslucido, que se quedaba corto y echaba la cara arriba por su falta de fuerza, y al que le arrancó muletazos por los dos pitones de enorme mérito. El colofón, tres circulares invertidos sin levantar las zapatillas del piso. Todo un ejemplo de la tauromaquia de Perera.
El sexto no hizo cosas buenas de inicio. Tampoco llegó franco a la muleta, pero la seguridad del espada y la clarividencia por la que atraviesa hizo que pronto le hipnotizara en el engaño. No obstante, la muleta tardó en llegar a los tendidos; hasta que nuevamente acortó las distancias y se lo pasó por lugares inverosímiles. Al final, el animal huyó en señal de rendición ante la supremacía del matador. Cazó una buena estocada y sumó otro trofeo./ DANIEL HERRERA