Cuando el viento sopla de la forma que lo hizo durante la lidia del tercer toro de la tarde, no sirve la técnica y el arte se esconde. Sin embargo, hasta para volar un capote como si de una cometa se tratase hay que tener una capacidad extraordinaria. Y José María Manzanares la tiene. ¡Vaya media dibujó con una capa indomable! Manso desde su salida, el de Vellosino resultó ser un prenda que apretaba cuando no debía y dejaba la cara donde el lucimiento se antojaba nulo, especialmente al final de cada muletazo. A base de técinay oficio, le endosó dos tandas por el lado derecho de más temple y compás de lo que el viento permitió. De mitad de faena en adelante, el animal embistió más descompuesto. Un Manzanares arrollador se hizo con él y se sobrepuso a las inclemencias meteorológicas. Acertó basando su faena en el pitón derecho. Mató de gran estocada en los medios y el público pidió con fuerza la oreja pero no fue concedida. Finalmente saludó una ovación.
El animal con menos fuerza de la tarde salió en último lugar. Tuvo que aliviarlo Manzanares con el capote para que no perdiera las manos. La falta de raza y la escasa condición del astado fue menguando a medida que la suavidad del alicantino crecía. Mimo a la brusquedad que sirvió para hacer de un toro completamente deslucido, un animal que permitiera a Manzanares templar, ligar y alargar las acometidas. De no haberlo hecho, posiblemente la faena que cobró altura con la derecha, apenas hubiera despegado. Por el lado izquierdo, el animal protestó y cabeceó pero hubo limpieza y elegancia. El volapié fue perfecto y fulminante. De nuevo, un público que no entró en calor en toda la tarde, pidió la oreja.