Ahí comenzó su descalabro el señor presidente, que se quiso poner serio en el tercero y le negó las dos a Manzanares por una labor de enorme mérito ante un toro muy complicado.

La faena de Manzanares al tercero no fue cualquier cosa. Era un toro insignificante que se enamoró de la figura del matador alicantino. No paró de mirarlo con descaro toda la faena. Si el animal hubiera sido racional podría afirmarse que no quería dejar de admirar de cerca a un matador tan renombrado. El de Alicante aguantó, pulseó, esperó y toreó a sus anchas al final, ya con el animal convencido de que había tenido el honor de ser toreado por un diestro tan afamado.

El sexto, noble, también miró al torero. Ahora resurgió el buen Manzanares. Con tiempo y pausa, dibujó muletazos bellísimos. No cabe decir nada más; fue el buen torero de siempre, con ese matiz de jugar la cintura con gusto para rematar los muletazos. Sólo faltó que el toro repitiera más; o que el torero le pusiera más calor.

Por Carlos Crivell para El Mundo

El tercero se lo puso muy difícil a José María Manzanares. A pesar de ello el alicantino, en una labor importante, paseó una oreja. Fue un animal peligroso, que hizo por el torero en varias ocasiones, quedándose a mitad del viaje. Lo acusó más por el pitón deerecho, aunque también llevó peligro por el izquierdo. A pesar de ello Manzanares construyó una faena importante, con dosis de estética, especialmente al natural, pero lastrada por el peligro del toro. Dejó media estocada recibiendo. Se le pidió la segunda oreja. Se vino a menos el sexto y Manzanares aplicó suavidad en su muleta. Su planteamiento se basó en tandas cortas, enganchando por delante al toro. Remató de estocada que le sirvió para cortar una oreja y completar la triple salida en hombros.

Por Emilio Trigo

Manzanares se hizo con la incierta embestida del tercero a base de arriesgar, más huys que olés en un principio hasta que cambiaron las tornas y el de Alicante logró series de trazo largo y bellos remate, siempre con el riesgo presente al natural, mató recibiendo y la media espada entró baja. El presidente negó la segunda oreja, la potestativa y la broca fue de órdago.

Ante el incierto negro, el de más presencia del encierro y que cerraba plaza, y al que recibió gustoso de capa el torero dinástico, el alicantino anduvo seguro, con mucho tiempo entre las series, demostrando su dulce momento, volvió a matar sin gloria y cortó una oreja que le sirvió para acompañar a sus compañeros de terna en la apoteósica salida a hombros.

Por Javier G. Baquero