Fue una mañana de enero tan fría y gris como todas las mañanas de invierno. Un año pasa de la década y parece que la figura de Robles, del maestro Julio Robles, permanece aún entre nosotros. También lo recuerda así José Mari Manzanares, que vivió muy de cerca la amistad entre su padre y el que él y sus hermanos siempre conocieron como el «Tío Julio».

«Nunca se me olvidará», dice José Mari, «el momento de la partida de mis padres y mis hermanas para asistir al funeral. Yo estaba de exámenes y mi hermano era muy pequeño y no pudimos ir, pero nunca olvidaré aquella tristeza que invadió mi casa, aquel vacío que lo llenaba todo…».

Es la desbordante personalidad de Robles la que también recuerda José Mari. «Era increíble verlo caminar, escucharlo hablar, con esa pausa tan suya», rememora Manzanares. «Aún me acuerdo de detalles que le vi siendo yo muy pequeño y que ahora me sirven a mí delante del toro. Hoy al toreo le haría falta todo del Tío Julio…».

Hay muchos momentos que Manzanares recuerda junto a su Tío Julio, pero hay uno que recuerda especialmente. «El Tío Julio era muy niñero, y mi hermano y yo pasábamos algunos días con él en su finca de La Paloma, en Extremadura. ¿Era La Paloma, no, Limo? -El chófer asiente visiblemente emocionado. Fueron muchos años atendiendo al maestro Robles-. Íbamos a esperar a un cochino allí, en la finca y mi hermano Manuel, que era muy nervioso y pequeño, no se dormía y no podíamos ir a la espera. El tío Julio le dio un trocito de Valium y a la mañana siguiente, que no se despertaba, nos pegamos el susto creyendo que le había pasado algo. Hasta que se despertó pasadas las doce del mediodía. Pero no veas el susto que se llevó entonces», dice entre risas.

Sin embargo. José María era aún pequeño cuando el maestro falleció, y nunca le vio cuajar un toro. «Me hubiera encantado que me hubiera visto torear porque hubiera aprendido mucho de los defectos que me pondría hasta del mejor toreado», asegura Manzanares. «Seguro que a él también le hubiese gustado verme torear y estar a mi lado en tardes importantes».

Ya hace un rato que José Mari habla de su Tío Julio y no se cansa de recordar su figura. Son tantos los recuerdos «y tanto el magnetismo que tenía ese hombre», explica Manzanares, «que no te quedaba más remedio que quererlo por esa personalidad y esa sinceridad que lo marcaron siempre como torero y como persona».

 

Fuente Burladero.com