Por Israel Cuchillo
A pesar de que los taurinos se empeñan en sellarlas herméticamente, en las plazas de toros se cuelan los gustos de la sociedad y lo que se ve en el ruedo es un reflejo de los tiempos que toca vivir. Hoy la gente quiere diseño y belleza y lo que no entra por los ojos se desprecia; por eso el iMac, el iPod, el iPhone y el iPad reinan a placer en el mundo de la tecnología con su sofisticada elegancia y por eso iManzanares, torero Apple, es el torero del siglo XXI. Si el toreo es belleza el toreo es José Mari Manzanares, quien, por cierto, parece que fue diseñado para torear.
Se hizo presente iManzana con un saludo capotero por delantales que tuvo prestancia y una revolera de vuelo envolvente. Estaba catado el torete artista, al que Barroso perdonó en el caballo por artista. Lo disfrutó la cuadrilla con los palos (¡Trujillo, monstruo!) mientras el matador aguardaba debajo del palco muleta y montera en mano, que le faltaba tiempo para la borrachera.
Medios, media distancia y tres tandas diestras de pecho palomo, la cintura al son de la embestida, enroscado y levitando en los últimos muletazos de las series, los más sentidos y brutales, de puntillas como una bailarina de Degas, el muñecazo que envuelve el fajo y los de pecho regios o el cambio de mano, también de levitar. Ay, si en cada ramo hubiera dos flores más.
Lo de la izquierda es un calco de la derecha, es decir, más bello todavía. Cuajado el torete por los dos pitones el Manzana regala gemas y rubíes en una capeína dormida ligada al derechazo, en un circular que prolonga su vida en el cambio de mano, en un ayudado por alto de Manzanares padre y otro desmayado de Manzanares hijo, iManzana, el torero del siglo XXI.
Si a alguien empalagó tanta belleza hizo penitencia el alicantino en una estocada recibiendo en la que encontró hueso y se quedó en la cara del animal para hundir en dos tiempos tres cuartos de estoque a cambio de un pitonazo en la ceja. La puerta grande estaba abierta y las cenas de los jurados convertidas en un trámite.
Albacete, enamorado de Manzanares en las alegrías y las penas, en la salud y en la enfermedad, pidió el rabo a la muerte del sexto. Qué muerte. Lo coloca el matador en diagonal a las tablas, perfilado mueve la muleta a la izquierda para fijar la vista del condenado, vuelve la tela a su sitio, la echa adelante Manzana despacio, cita, se arranca la bestia y la espada le rompe las agujas mientras los pitones siguen la muleta y las zapatillas del matador pisan la misma huella. Ni un mandoble de iManzana en la breve agonía del animal, respetuoso con su muerte, reposado y escultórico como el David de Miguel Ángel, magnánimo en la victoria, elegante.
El rabo hubiera caído con ese espadazo en el tercero, que la faena del sexto fue cuarto y mitad de la otra por las limitadas prestaciones del castaño, un ‘juampedro’ sin arte y sin carne que tuvo la dicha de morir como mueren los toros bravos.
Visto el iPhone, quién quiere un Samsung o un Motorola.
Vía mediaveronica.com