El Pais Semanal, 9 de septiembre de 2012. El diestro José María Manzanares homenajea a su maestro de toda la vida en los previos de la «vuelta al cole»
Y para los profesores, claro. “La figura del maestro está directamente maltratada”, reflexiona el torero José María Manzanares (Alicante, 1982). Estrella contemporánea de los ruedos y celebridad internacional, hijo de una de las últimas leyendas de la lidia del siglo XX, ha tenido que suspender la presente temporada por una lesión en una de sus manos. Se reencuentra en un café de Madrid con Mariano Ros, su tutor y profesor de filosofía durante el Bachillerato, que cursó en el colegio Aitana de Elche. Aparte de filosofía, Manzanares aprendió de este docente de 59 años en activo claves para desenvolverse en la plaza y en la vida: “El valor de la lealtad, de no defraudar, de la exigencia a la hora de luchar”.
Don Mariano también quiere confesar durante su encuentro con Manzanares que su alumno era “un niño un poquito filósofo que sacó un 10 en el examen final de la asignatura en COU; en la posterior prueba de selectividad tampoco me dejó mal: sacó un 9”. Para motivar la atención de su concurrencia, don Mariano asegura haber manejado dos conceptos clave que según él han de ir de la mano durante el viaje de la enseñanza: “Cariño y exigencia”. El torero asiente. Y añade: “Con él siempre supimos en clase el respeto que debíamos guardarle, y nuestra obligación de ser justos y nobles”. La confianza que siempre ha sabido inculcar en sus alumnos hizo que, mucho antes de que Manzanares lo dijera en casa, revelara a su tutor del colegio el deseo de seguir los pasos de su padre en la arena. En don Mariano encontró la comprensión necesaria y la complicidad para afrontar su incierto destino con valentía. Antes de ser matador, cursó estudios universitarios de veterinaria. Pero el traje de luces pesó más. Ahora que sucesivas lesiones en ambas manos le mantienen alejados de los ruedos, Manzanares recuerda el espíritu de sacrificio que le inculcó su tutor, “basado en intentar superar los problemas de la mejor manera posible”.
En estas historias aparecen una y otra vez conceptos como autoestima y anclaje de futuros conocimientos. Un pequeño detalle: los cuatro personajes han coincidido al elegir como profesor que cambió sus vidas durante la adolescencia a un docente de la rama de humanidades. ¿Casualidad o causalidad? ¿Tiene razón don Alfonso y estamos dejando de lado las humanidades, obviando la importancia que pueden tener en la forja de un carácter? Y lo más importante, como también decía don Alfonso: ¿no será que entre las causas de los muchos males que aquejan a la enseñanza pueda estar que hemos dejado de escuchar a los profesores? A la vista está que todavía, incluso tras abandonar las aulas, estamos en deuda con ellos.