Toreo caro y de de gran trazo por parte de José María Manzanares en su comparecencia en la tarde del Domingo de Resurrección en Sevilla. Muletazos de gran calado y belleza aderezados con los remates y estocadas marcas de la casa.
CRÓNICA DE EMILIO TRIGO .- Burladero.com
Se estrenó la temporada en la remodelada Maestranza, con un cartel de reventón y en un festejo que después de lo visto tuvo dos partes bien diferenciadas. La primera con aburrimiento y con el temor del público de que todo fuera igual, por la falta de ganado colaborador. La segunda, con mejor son, puesto que Morante y Manzanares, fieles a su estilo derrocharon torería en el cuarto y quinto respectivamente. El peor lote con diferencia se lo llevó Perera, con el que estuvo firme y decidido en cada momento. Además a la pareja corrida de Daniel Ruiz, le faltó raza y fuerzas, aunque es cierto que de los cinco primeros ninguno tuvo mala condición, el sexto, fue el más enterao, por mirón y estar al acecho con peligro sordo.
El otro apéndice cayó a manos de Manzanares en el quinto, que no se quedó atrás tras la buena actuación de Morante. Con un toro noblón, pero falto de raza y que se quiso rajar pronto, el alicantino buscó las vueltas al animal, lo esperó y logró sentirse en una faena en la que predominó el temple y la decisión, pasándose a su oponente muy cerca de la taleguilla. Hubo detalles, como trincherillas y cambios de manos enroscándose literalmente al toro, sin dejar que el astado le enganchara la muleta.
Manzanares dibujó el natural con plasticidad y profundidad, exigiendo al humillador astado considerablemente. Con la espada, volvió a ser un cañón. El segundo del festejo, fue un toro similar al que abrió plaza, justo de raza y de fuerzas, al que no se podía obligar en ningún momento porque se derrumbaba. Lo intentó Manzanares por ambos pitones, sin poder armar un compacto de faena.
EFE.-
Morante y Manzanares se llevaron el gato al agua e interpretaron el arte de torear desde dos personalidades, desde dos conceptos tan bellos como distintos que dieron contenido a una tarde que, en otras circunstancias, con un ambiente más lanzado y cálido, habría sido de triunfo apoteósico.
Parecía que la tarde iba a quedar ya sentenciada pero el mejor Manzanares volvió a revelarse en la plaza de la Maestranza con una faena marca de la casa instrumentada con ese empaque armónico, ese cuerpo encajado que convierte cada muletazo en la nota musical de una sinfonía que encontró la mejor partitura en la nobleza, trufada de mansedumbre, del quinto de la tarde.
La faena del alicantino fue ganando en calidad a la vez que avanzaba su metraje y fue resuelta con un contundente estoconazo que puso en sus manos otro trofeo que validaba la enorme expectación que había rodeado el primer festejo del largo abono sevillano.
ÁLVARO R. DEL MORAL.- Correo de Andalucía
Hubo quien creyó que la tarde se había acabado con ese cuarto. Pero la resaquilla que sigue al buen toreo se sacudió cuando el mejor Manzanares volvió a hacerse presente con un terso cambio de mano que abrió una faena creciente en metraje, intensidad y calidad que se basó en varias series interpretadas con empaque, armonía y naturalidad. El toro de Daniel Ruiz, un excelente colaborador, se entregó en la muleta del alicantino, que viajó entre el clasicismo más rabioso de los primeros muletazos a un desgarro más arrebatado, más arrebujado de toro en una serie intensa que cerró con un trincherazo de libro. Otro cambio de mano resuelto en escultura sirvió de nexo de unión entre las dos fases de una faena que se ajustó como un guante a las gotitas de mansedumbre de un animal que permitía a su matador colocarse perfectamente para cada muletazo.
Hubo algunos naturales sueltos de factura bellísima aunque el toreo fundamental volvió a subir de intensidad cuando Manzanares se volvió a echar la muleta a la mano derecha para hilar unos muletazos tan densos como llenos de ritmo en un final trepidante al que no le faltó sentido de la improvisación. La espada de José María Manzanares, su inconfundible manera de cuadrarse y entrar a matar, volvió a revelarse infalible. Y aunque el puntillero tardó el atronar al bicho, la oreja era de hecho y de derecho.
El artista alicantino no se había entendido del todo con el jabonero y carbonero que hizo segundo que se desplazó más y mejor en la excelsa lidia que le administró Curro Javier que en la faena de Manzanares, que tuvo que bregar con las discontinuidades y las miraditas de su desigual enemigo.
Toreros: Morante de la Puebla, de verde carruaje y oro, silencio y oreja.
José María Manzanares, de corinto y oro, silencio y oreja.
Miguel Ángel Perera, de azul rey y oro, algunas palmas y silencio.
Incidencias: La plaza se llenó hasta la bandera en tarde fría y desapacible.
Cuadrillas: Curro Javier brilló en el manejo de los palos y el capote y Joselito Gutiérrez se desmonteró tras parear al sexto.