José María Manzanares abrió su tercera puerta grande en lo que va de temporada, tras desorejar a un toro de Garcigrande en Brihuega (Guadalajara).
 
Faenón al quinto de la tarde premiado con dos trofeos que ponen en valor el temple, la calidad y la profundidad de la obra del alicantino.  Llovió intensamente durante toda la semana en la localidad alcarreña, pero el tiempo hizo una excepción. A pesar de las condiciones del piso, espléndido sol.
 
En el inicio capotero meció a la verónica rematando con una media con los talones bien asentados. Igual de asentados que los mantuvo muleta en mano, ¡qué templados y enroscados -a la hombrera contraria- los pases de pecho! Auténticas pinturas de refinado gusto y belleza. El mando de la derecha se intercalaba con la suavidad de las yemas de sus dedos de la izquierda. Una gozada ver torear así. Recibiendo, la espada viajó como pólvora de cañón. 

Con su primer toro nada pudo hacer más que intentarlo por ambos pitones, y el público lo apreció. Un colorado abrochado de pitones que no tenía alma. Noble pero sin fuerza alguna. Manzanares evitó que estuviera tirado por los suelos a cada momento. El animal sólo aceptaba un par de muletazos a media altura. En el tercero ya se quedaba sin gas. Tampoco ayudó a la hora de matar.

Manzanares salió a hombros por tercera vez en las cinco corridas que suma esta temporada 2019.